A modo de preámbulo

Hace apenas seis décadas que los tranvías dejaron de ser el principal medio de transporte público con que contaba La Habana. Entonces unas treinta líneas eran servidas por cientos de carros eléctricos que recorrían diariamente miles de millas por toda la ciudad, enlazando áreas residenciales con parques industriales, hoteles con centros nocturnos, mercados y centros comerciales con escuelas y repartos. La vida iba a la par del tranvía. Paraderos, plantas eléctricas, estaciones y oficinas, eran elementos de un paisaje urbano desgraciadamente llamado a desaparecer...

Todo esto fue el tranvía. Raíles que horadaron calles y avenidas que llegan, inutilizados, a nuestros días, cables aéreos entretejidos en tupida red de cobre y bronce, ruidos y silencios sumergidos en la historia de los barrios y sus habitantes, huella arquitectónica, histórica y cultural reflejo de los ritmos trepidantes de la modernidad...

En esencia, un aval más que suficiente para ser recordados por todo lo que hizo por nuestra ciudad...

viernes, 27 de diciembre de 2013

La luz de un hotel y un tranvía...

Termina este año 2013 y nos gustaría agradecer a todas las personas que han visitado esta página y que aman los tranvías . 
¡Llegamos a 8750 visitas!
Gracias por los comentarios hechos, las preguntas y sugerencias, los nuevos amigos que han llegado y los que se han mantenido por estos tres años.
Solo me queda dejarles con esta bella imagen de 1920, que muestra además de dos flamantes tranvías el hotel Luz, lugar en donde como nos recuerda Eduardo Robreño, nació el primer año del siglo XIX José de la Luz y Caballero, destacado educador y figura de las letras cubanas.
¡Que el año 2014 nos sea grato en esta carrera por el recuerdo y el conocimiento!

El hotel Luz estaba situado frente al llamado muelle de Luz, espacio de activo tránsito naviero y de mercancías de todo tipo. De ahí partían en el siglo XIX los llamados "vaporcitos" a los pueblos de Regla y Casablanca, servicio marítimo hoy servido por la conocida "lanchita" de Regla. El hotel Luz fue otro de los insignes hoteles habaneros enlazados por líneas de tranvías, facilidad que también gozaron el Telégrafo, el Inglaterra, el Sevilla y el Trotcha, entre otros.

jueves, 28 de noviembre de 2013

"Elegía al carrito que se va" y otra elegía.


El poeta y dramaturgo gallego Ángel Lázaro Machado, quien viviera en Cuba por largos años, es el autor de una bella y nostálgica crónica sobre el fin de los tranvías en La Habana. El texto, de apenas una página, fue publicado en la revista Carteles del 26 de marzo de 1950, en la coyuntura de la retirada de los carros eléctricos del servicio público. 

Con profundo pesar, Ángel Lázaro comenta sobre el impacto social y cultural del tranvía y sus beneficios como un medio de transporte que marcó la historia,  geografía  y demografía de La Habana por casi cinco décadas. 

El artículo, firmado bajo el seudónimo de Mario Vidal, es un testimonio de probada rigurosidad histórica y bello lirismo. Sus palabras son sinceras, y sin ciegas pasiones trata de situar al tranvía en su justo lugar, analizando los pro y contra de su uso en las calles de la ciudad.

Por la importancia del texto, no solo para los apasionados de los rieles, decidimos reproducirlo íntegramente junto a una selección de imágenes de tranvías. Sirva este escrito como un sincero homenaje a este escritor que tan alto en las letras de Cuba supo situar a su Galicia natal.

ELEGÍA AL CARRITO QUE SE VA

Como el “carrito” se va, hay que defenderlo en su caída, ahora cuando se le llama desvencijado y anacrónico. Después de todo, más anacrónica es una volanta, y, sin embargo, tiene su encanto y su belleza. ¿La tienen los viejos tranvías que van a decirnos adiós?

Nosotros hemos renegado de los tranvías como cada hijo de vecino; pero ahora que se van a ir para siempre, empezamos a sospechar que los recordaremos con nostalgia y hasta con que quizás –dejando lo poético por lo práctico- los echemos alguna vez de menos.
Un vagón eléctrico pasa por Zuleta, entre el Parque Central y la plazoleta de Albear, allá por la primera década del siglo XX.
¡La belleza de los tranvías! ¿Pero es que había alguna en ellos? Pues sí. En primer lugar nuestros tranvías no eran –fíjense que hablaremos de ellos como si ya se hubieran ido- tan feos como se ha dicho; si los comparamos con los de Buenos Aires, o los de Madrid, o los de la Ciudad México, que todavía subsisten a pesar de que haya quien sostenga que han desaparecido de todas las grandes ciudades, los tranvías habaneros salen ganando sin duda, por su línea, por su ligereza, por ese aire alegre y veraniego –aluminio y asientos de rejilla- que les propiciaba el clima. No eran tranvías hoscos, ni imponentes, sino risueños y ruidosos como nuestro propio carácter. ¿No hablamos nosotros a gritos? ¿No gesticulamos y reímos? Pues ellos, igual.

El que llegaba a La Habana por mar podía asistir al carrusel nocturno de nuestros tranvías que se deslizaban por la montaña rusa de los “elevados”…Quién no contempló desde la bahía aquel espectáculo, no sabe lo que es una verbena con cielo tropical. Eran los tranvías desde la mar la gran verbena habanera, y daban a la ciudad su mejor carácter nocturno, con sus luces rojas, azules, amarillas. Señalando las distintas líneas e itinerarios.

Por cierto, que cuando cayeron los “elevados” vimos que se avecinaba la catástrofe para los tranvías; allí fue donde perdieron la batalla; allí comenzó su fin, al perder la posición dominante sobre la ciudad, aquel puente de honor por donde los tranvías pasaban como esas estrellas de cine que desfilan en los grandes concursos, entre fogonazos de magnesio.
 
Eran, si, ruidosos, como les habíamos enseñado a serlo nosotros mismos; pero en cambio, ¡cómo vamos a echar de menos tantas cosas que no supimos apreciar! Aquellos paseítos después de comer, con la ventanilla abierta, tomando el fresco, el tabaco en la boca, dejándose adormecer por la suave brisa y por la lentitud… esa lentitud de que tanto nos quejábamos. Pero, señor, ¿no se trataba de pasear, de hacer la digestión, de matar el tiempo? ¡Ay! ingratos –parecía decirnos el tranvía- ya me recordareis cuando en una noche sofocante queráis dar vuestro paseíto hacia la playa en un “Marianao” o en “Playa – Estación Central”.
 
* * *

¿Pues y las transferencias? Un níquel, indivisible y sin más, hasta que vino la complicación del centavito del puente –por donde también le empezó a entrar el agua al coco del tranvía- un níquel mondo y lirondo, ¡y a dormir! Y luego, el derecho a una transferencia, sin tener que pagar un centavo más. ¿No era una ganga? Porque las transferencias se daban “adelantadas”, es decir, de manera que uno podía ahorrarse en el trasbordo un “bisonte”, mientras hacía sus compras, para tomar después con el “papelito” el otro tranvía… Dos pasajes por un níquel. Y a veces, tres. Y a veces, el pasajero que se hacía el bobo, no pagaba, y además pedía una transferencia. La Arcadia del transporte urbano. 

En la Calzada de Carlos III, tres vagones de tranvía eléctrico marchan en perfecta armonía. Al final a la izquierda, la Iglesia de Reina y Belascoaín.
¿Pues y el trato? ¿Hasta cuándo no aparece la falta de cortesía sino cuando llegan las guaguas? El conductor del tranvía era versallesco; daba la transferencia, no solo adelantada, sino dobladita, como quien entrega un mensaje de Navidad… ¿Qué los había groseros e intemperantes? Eran la excepción. Lo natural –hasta que vino el contagio guagüero- era el ayudar a subir a la señora con el niño, a la anciana, al ciego, al cojo… ¡Si hasta paraban en la puerta, pegaditos a la acera, cuando el vecino quería librarse del chaparrón!
 
Mas, al llegar a este punto nos asalta una duda: ¿era así el tranvía o es que eran así los tiempos del tranvía? De todos modos, siempre el tranvía nos evocará una época más pausada, más humana y más cortés, cuando la prisa, el egoísmo y la grosería no campaban por sus respetos.

* * *

Ahora el tranvía se va. No es “que se nos va el tranvía”, como le decíamos al amigo después de la medianoche, esperando el último tranvía, el de la “confronta”, que era también (ese tranvía) como un amigo al que se despide el último antes de acompañarlo hasta su casa, o de acompañarnos él a la nuestra; no es que se nos va el tranvía para siempre… ¿Para siempre? ¿No sentís la tristeza de estas palabras?

Cierto es que no tendremos cables colgando, ni postes de la muerte, ni raíles que afeen el pavimento –que lo afeen hasta cierto punto, porque no me negaran ustedes que el espectáculo de los raíles después de la lluvia, o cuando reflejaban el atardecer los morados del crepúsculo como ríos diminutos tenía su encanto-; cierto que nos ahorraremos el ruido y el traqueteo producido por los viejos carros y las vías abandonadas; cierto todo eso y mucho más; pero no necesitaremos vivir para ver que se recuerda el tranvía como esos bienes perdidos que no se supieron estimar a tiempo, aunque no sea más que para confirmar las coplas de Jorge Manrique…

Chapa identificadora de la "Havana Electric" que llevaban los tranvías habaneros al costado entre las puertas. Muchos carros eléctricos transferidos a Camaguey y Matanzas también la llevaron.
Después de todo, dentro de cincuenta años, que es, más o menos, lo que han vivido nuestros tranvías, alguien hará la elegía de los flamantes ómnibus –“guaguas” en Cuba, “camiones” en México, “colectivos” en la Argentina- que van a sustituirlos, cuando estos ómnibus sean sustituidos a su vez, por un pequeño aparato atómico que nuestros hijos y nuestros nietos llevarán adosados en el tobillo, mientras se ríen diciendo: !Pero cuidado que eran desvencijadas y anacrónicas las gentes de hace cincuenta años! Es decir, nosotros…

miércoles, 30 de octubre de 2013

En el Hotel Nacional de Cuba hubo mafiosos y tranvías...


El Hotel Nacional, emblemático de nuestro país, con más de seis décadas de ininterrumpido liderazgo en la industria hotelera cubana e internacional.
 Cuando el afamado escritor Mario Puzo en su clásico El Padrino describía las fuentes de ingreso de cada uno de los jefes del hampa de los Estados Unidos que al llamado de un convaleciente Vito Corleone acudieron a la "conferencia de paz", Tramonti y don Emilio Barzini tenían negocios en casinos, prostíbulos y cabarets de La Habana de los años cincuenta. 
Si bien son personajes de ficción y la intención del autor fue la de recrear simbólicamente a un mafioso, en algunos casos la novela llegó a retratar vivamente situaciones y experiencias de vida de más de un "capo" italonorteamericano de su época. Sobre todo si tenemos en cuenta que en diciembre de 1946 se reunieron en La Habana durante varios días Charles Lucky Luciano, Santos Traficante (padre), Meyer Lansky y Amadeo Barletta con el ex presidente cubano Fulgencio Batista para establecer acuerdos económicos sobre los casinos y demás atracciones...
¿Donde se hospedaron? En el flamante Hotel Nacional, que según el decir popular cerró sus puertas para dedicarse en exclusivo a tan importante cónclave. Era por entonces el mejor hotel del país y podía brindar a sus huéspedes seguridad, confort, lujo y tranvías...
Por los alrededores del Hotel Nacional había una línea doble (ida y vuelta), por donde pasaban los vagones que salían del paradero de Línea y 18 hacia destinos como la Habana Vieja, el Cerro o Jesús del Monte.
Edificado en los años treinta del siglo pasado, es un caso sui géneris de los anales constructivos cubanos, pues mezcla en abigarrado porte Eclecticismo, Art Decó y hasta, como se afirma en el sitio web http://www.hotelnacionaldecuba.com, características de la arquitectura hispano- morunas, lo Neoclásicismo y estilo Neocolonial, lo cual ha hecho que el Hotel sea el más interesante y excepcional en la región del Caribe como muestra única de tantas corrientes arquitectónicas. Para su construcción fueron contratadas las firmas estadounidenses Mc Kim, Mead & White y la Purdy Henderson Co, la misma a cargo del Capitolio Nacional, encargadas de los planos y la ejecución, que concluyeron  en apenas dos años.

Un carro eléctrico, el 403, se dispone a cruzar la avenida 23 para tomar la calle Marina hacia Belascoaín o a San Lázaro, según el itinerario que tuviera fijado. Circula sobre un "parterre" en la avenida Malecón, tal como lo hacían los carros en las avenidas de Línea, Zapata y Carlos III.
Inaugurado el 30 de diciembre de 1930, sus ocho pisos de habitaciones y suites permiten a sus huéspedes disfrutar de espectaculares vistas panorámicas hacia la ciudad y el mar, que junto a sus jardines, como se lee en el website http://es.wikipedia.org/wiki/Hotel_Nacional_de_Cuba, es un sitio formidable y acogedor para descansar tras un día de exploración por los lugares de interés de La Habana. 
Una fabulosa imagen a color de dos tranvías habaneros, donde puede disfrutarse casi completamente de la vista del hotel. Si bien los carros eléctricos cuando se introdujeron en la ciudad estaban pintados de color rojo, para finales de la década del cuarenta eran amarillos y plateados. Esta fotografía fue tomada del sitio http://merrick.library.miami.edu/digitalprojects/copyright.html
Dentro de las distinguidas personalidades mundiales que se hospedaron en el Hotel Nacional en tiempos del tranvía destacan Frank Sinatra (¿Johnny Fontane?), Nelson Rockefeller, Ava Gadner, Sir Alexander Flemming, Arturo de Córdoba, Agustín Lara, Hermanos Iturbide, Ferrucio Burco, Pedro Armendáriz, Spencer Tracy,  Pablo Casal, Lucho Gatica, John Wayne, Mickey Mantle, Stan Musial, Leopoldo y Balduino de Bélgica, Walt Disney, Sara Montiel, los Chavales de España, Libertad Lamarque, Porfirio Rubirosa, Esther Borja, Lola Flores y Marlon Brando (¡¡Don Corleone!!)...

Durante el gobierno de Carlos Prío se emprendieron una serie de obras públicas que terminarían con los tranvías eléctricos. El ritmo trepidante de la economía nacional, con urbanizaciones y nuevos sitios de recreo como la "Playa Hermosa", tal como promete la valla publicitaria, no contaban ya con el tranvía entre sus infraestructuras transportistas. En la imagen puede observarse un vagón circunvalando al hotel, mientras un jeep Willy (¡utilizado en la guerra por Michael Corleone!), le corta el paso.
En la actualidad el Hotel Nacional de Cuba es además de un sitio de alojamiento un respetado foro internacional, pues posee un centro de negocios bien equipado, casas de cambio, nueve salones de reuniones (incluyendo el Salón Taganana, que se emplea para conferencias de prensa) donde se ofertan servicios de interpretación para aquellos que vienen a participar en congresos y convenciones. Esto sin mencionar que cuenta con seis bares y un célebre cabaret. Solo le faltan los tranvías...

miércoles, 18 de septiembre de 2013

La Punta de un tranvía

El Centro Histórico de La Habana fue declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad en el año 1982. Su importancia en el comercio atlántico durante los siglos del XVI al XIX y su impacto en la arquitectura y el urbanismo citadino, el ser puerto de última escala en la Carrera de Indias y el conservar el sistema defensivo construido por España para protegerla de los ataques de corsarios y piratas, -y hasta de marinas regulares como la inglesa, protagonista de la toma de la ciudad en el año 1762-, fueron argumentos de valía esgrimidos por la UNESCO para validar la declaratoria. 

Precisamente de fortalezas estaremos hablando hoy, pues al igual que junto al Castillo de la Real Fuerza y el Castillo del Príncipe, dos de los principales baluartes defensivos de La Habana colonial, el tranvía eléctrico transitó en las inmediaciones del Castillo de San Salvador de La Punta.

Esta es quizás una de las primeras imágenes donde pueden verse los vagones eléctricos circulando en las inmediaciones del Castillo de San Salvador de la Punta. La fotografía, datada en el año 1901, fue tomada de la revista Cuba y América.
El Castillo de San Salvador de La Punta fue proyectado por el notable ingeniero militar Bautista Antonelli en el último cuarto del siglo XVI. Según los planos de Bautista Antonelli, la planta, adaptada a las irregularidades del terreno, es trapezoidal. Los muros están hechos con piedras talladas en sillares y son anchos e inclinados. Las murallas miden 15 pies de altura y de diez a doce de grueso y veinte pies de terraplén, con tres baluartes, los de Antonelli y Quintanilla que dan hacia la tierra y el de Tejeda que da al mar. Además contaba dos semibaluartes, de San Vicente y San Lorenzo, que finalizaban en los arrecifes.

En esta estampa de principios del siglo XX pueden verse los carriles del tranvía emplazados en la Explanada de La Punta, tal como se refería en la época al lugar.  También puede admirarse la glorieta mandada a construir por el gobierno interventor estadounidense para ser inaugurada en los albores de la República de Cuba en el año 1902, según nos cuenta la historiadora del arte cubana Yamira Marcano, en un artículo publicado en la revista digital Habana Radio.
El Castillo de San Salvador de La Punta desempeñó varias funciones a lo largo de su existencia. Fue primero fortaleza con cañones situados que le daban un aspecto fiero a la entrada del puerto. Junto al Castillo de los Tres Reyes del Morro, "su papá", combatíó duramente a los invasores ingleses en el siglo XVIII. En el siglo XX fue sede del Estado Mayor de la Marina de Guerra (1915 - 1953) y puesto naval hasta el año 1959. Con el triunfo de la Revolución, tuvo acuartelados en su interior sino soldados españoles milicianos cubanos, pues fue escuela de milicias. En la década del setenta fungió como sede del Instituto Cubano de Hidrografía.  

Una colorida postal del primer cuarto del siglo XIX muestra un carro eléctrico y parte de su infraestructura, como catenarias y carriles. Los cables aéreos están sostenidos en postes situados uno frente a otro mientras los rieles surcan una especie de "parterre" sobre tierra, muy similar al que existió en las inmediaciones del Castillo del Príncipe.
En la actualidad el castillo forma parte de la red de museos de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, entidad encargada de gestionar el centro histórico fundacional. Abrirá sus puertas próximamente como "museo de sitio" para mostrar la tipología constructiva militar del siglo XVI, entre otras vivencias históricas y patrimoniales. Por su parte, los tranvías dejaron de pasar por las calles habaneras hace ya más de medio siglo. Queden al menos estas imágenes como testigos de una época donde la piedra, el acero y la electricidad fueron aliados en una estética singular e irrepetible.

Una bella imagen aérea del Castillo San Salvador de La Punta. Puede admirarse perfectamente la planta trapezoidal de la fortificación, con marcada simbología masónica. La fotografía fue extraida de la página web
www.provincia.fc.it/cultura/antonelli/esp/.../BattistaAntonelli.html