El poeta y dramaturgo gallego Ángel Lázaro Machado, quien viviera en Cuba por largos años, es el autor de una bella y nostálgica crónica sobre el fin de los tranvías en La Habana. El texto, de apenas una página, fue publicado en la revista Carteles del 26 de marzo de 1950, en la coyuntura de la retirada de los carros eléctricos del servicio público.
Con profundo pesar, Ángel Lázaro comenta sobre el impacto social y cultural del tranvía y sus beneficios como un medio de transporte que marcó la historia, geografía y demografía de La Habana por casi cinco décadas.
El artículo, firmado bajo el seudónimo de Mario Vidal, es un testimonio de probada rigurosidad histórica y bello lirismo. Sus palabras son sinceras, y sin ciegas pasiones trata de situar al tranvía en su justo lugar, analizando los pro y contra de su uso en las calles de la ciudad.
Por la importancia del texto, no solo para los apasionados de los rieles, decidimos reproducirlo íntegramente junto a una selección de imágenes de tranvías. Sirva este escrito como un sincero homenaje a este escritor que tan alto en las letras de Cuba supo situar a su Galicia natal.
ELEGÍA AL CARRITO QUE SE VA
Como
el “carrito” se va, hay que defenderlo en su caída, ahora cuando se le llama
desvencijado y anacrónico. Después de todo, más anacrónica es una volanta, y,
sin embargo, tiene su encanto y su belleza. ¿La tienen los viejos tranvías que
van a decirnos adiós?
Nosotros
hemos renegado de los tranvías como cada hijo de vecino; pero ahora que se van
a ir para siempre, empezamos a sospechar que los recordaremos con nostalgia y
hasta con que quizás –dejando lo poético por lo práctico- los echemos alguna
vez de menos.
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Un vagón eléctrico pasa por Zuleta, entre el Parque Central y la plazoleta de Albear, allá por la primera década del siglo XX. |
¡La
belleza de los tranvías! ¿Pero es que había alguna en ellos? Pues sí. En primer
lugar nuestros tranvías no eran –fíjense que hablaremos de ellos como si ya se
hubieran ido- tan feos como se ha dicho; si los comparamos con los de Buenos
Aires, o los de Madrid, o los de la Ciudad México, que todavía subsisten a
pesar de que haya quien sostenga que han desaparecido de todas las grandes
ciudades, los tranvías habaneros salen ganando sin duda, por su línea, por su
ligereza, por ese aire alegre y veraniego –aluminio y asientos de rejilla- que
les propiciaba el clima. No eran tranvías hoscos, ni imponentes, sino risueños
y ruidosos como nuestro propio carácter. ¿No hablamos nosotros a gritos? ¿No
gesticulamos y reímos? Pues ellos, igual.
El
que llegaba a La Habana por mar podía asistir al carrusel nocturno de nuestros
tranvías que se deslizaban por la montaña rusa de los “elevados”…Quién no
contempló desde la bahía aquel espectáculo, no sabe lo que es una verbena con
cielo tropical. Eran los tranvías desde la mar la gran verbena habanera, y
daban a la ciudad su mejor carácter nocturno, con sus luces rojas, azules,
amarillas. Señalando las distintas líneas e itinerarios.
Por
cierto, que cuando cayeron los “elevados” vimos que se avecinaba la catástrofe
para los tranvías; allí fue donde perdieron la batalla; allí comenzó su fin, al
perder la posición dominante sobre la ciudad, aquel puente de honor por donde
los tranvías pasaban como esas estrellas de cine que desfilan en los grandes
concursos, entre fogonazos de magnesio.
Eran,
si, ruidosos, como les habíamos enseñado a serlo nosotros mismos; pero en
cambio, ¡cómo vamos a echar de menos tantas cosas que no supimos apreciar!
Aquellos paseítos después de comer, con la ventanilla abierta, tomando el
fresco, el tabaco en la boca, dejándose adormecer por la suave brisa y por la
lentitud… esa lentitud de que tanto nos quejábamos. Pero, señor, ¿no se trataba
de pasear, de hacer la digestión, de matar el tiempo? ¡Ay! ingratos –parecía
decirnos el tranvía- ya me recordareis cuando en una noche sofocante queráis
dar vuestro paseíto hacia la playa en un “Marianao” o en “Playa – Estación
Central”.
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¿Pues
y las transferencias? Un níquel, indivisible y sin más, hasta que vino la
complicación del centavito del puente –por donde también le empezó a entrar el
agua al coco del tranvía- un níquel mondo y lirondo, ¡y a dormir! Y luego, el
derecho a una transferencia, sin tener que pagar un centavo más. ¿No era una
ganga? Porque las transferencias se daban “adelantadas”, es decir, de manera
que uno podía ahorrarse en el trasbordo un “bisonte”, mientras hacía sus
compras, para tomar después con el “papelito” el otro tranvía… Dos pasajes por
un níquel. Y a veces, tres. Y a veces, el pasajero que se hacía el bobo, no
pagaba, y además pedía una transferencia. La Arcadia del transporte urbano.
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En la Calzada de Carlos III, tres vagones de tranvía eléctrico marchan en perfecta armonía. Al final a la izquierda, la Iglesia de Reina y Belascoaín. |
¿Pues
y el trato? ¿Hasta cuándo no aparece la falta de cortesía sino cuando llegan
las guaguas? El conductor del tranvía era versallesco; daba la transferencia,
no solo adelantada, sino dobladita, como quien entrega un mensaje de Navidad…
¿Qué los había groseros e intemperantes? Eran la excepción. Lo natural –hasta
que vino el contagio guagüero- era el ayudar a subir a la señora con el niño, a
la anciana, al ciego, al cojo… ¡Si hasta paraban en la puerta, pegaditos a la
acera, cuando el vecino quería librarse del chaparrón!
Mas,
al llegar a este punto nos asalta una duda: ¿era así el tranvía o es que eran
así los tiempos del tranvía? De todos modos, siempre el tranvía nos evocará una
época más pausada, más humana y más cortés, cuando la prisa, el egoísmo y la
grosería no campaban por sus respetos.
* *
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Ahora
el tranvía se va. No es “que se nos va el tranvía”, como le decíamos al amigo
después de la medianoche, esperando el último tranvía, el de la “confronta”,
que era también (ese tranvía) como un amigo al que se despide el último antes
de acompañarlo hasta su casa, o de acompañarnos él a la nuestra; no es que se
nos va el tranvía para siempre… ¿Para siempre? ¿No sentís la tristeza de estas palabras?
Cierto
es que no tendremos cables colgando, ni postes de la muerte, ni raíles que
afeen el pavimento –que lo afeen hasta cierto punto, porque no me negaran
ustedes que el espectáculo de los raíles después de la lluvia, o cuando
reflejaban el atardecer los morados del crepúsculo como ríos diminutos tenía su
encanto-; cierto que nos ahorraremos el ruido y el traqueteo producido por los
viejos carros y las vías abandonadas; cierto todo eso y mucho más; pero no
necesitaremos vivir para ver que se recuerda el tranvía como esos bienes
perdidos que no se supieron estimar a tiempo, aunque no sea más que para
confirmar las coplas de Jorge Manrique…
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Chapa identificadora de la "Havana Electric" que llevaban los tranvías habaneros al costado entre las puertas. Muchos carros eléctricos transferidos a Camaguey y Matanzas también la llevaron. |
Después
de todo, dentro de cincuenta años, que es, más o menos, lo que han vivido
nuestros tranvías, alguien hará la elegía de los flamantes ómnibus –“guaguas”
en Cuba, “camiones” en México, “colectivos” en la Argentina- que van a
sustituirlos, cuando estos ómnibus sean sustituidos a su vez, por un pequeño
aparato atómico que nuestros hijos y nuestros nietos llevarán adosados en el
tobillo, mientras se ríen diciendo: !Pero cuidado que eran desvencijadas y
anacrónicas las gentes de hace cincuenta años! Es decir, nosotros…