A modo de preámbulo

Hace apenas seis décadas que los tranvías dejaron de ser el principal medio de transporte público con que contaba La Habana. Entonces unas treinta líneas eran servidas por cientos de carros eléctricos que recorrían diariamente miles de millas por toda la ciudad, enlazando áreas residenciales con parques industriales, hoteles con centros nocturnos, mercados y centros comerciales con escuelas y repartos. La vida iba a la par del tranvía. Paraderos, plantas eléctricas, estaciones y oficinas, eran elementos de un paisaje urbano desgraciadamente llamado a desaparecer...

Todo esto fue el tranvía. Raíles que horadaron calles y avenidas que llegan, inutilizados, a nuestros días, cables aéreos entretejidos en tupida red de cobre y bronce, ruidos y silencios sumergidos en la historia de los barrios y sus habitantes, huella arquitectónica, histórica y cultural reflejo de los ritmos trepidantes de la modernidad...

En esencia, un aval más que suficiente para ser recordados por todo lo que hizo por nuestra ciudad...

viernes, 30 de noviembre de 2012

Los tranvías de Felipe Orlando: imaginerías de La Habana

Portada del El perro petrificado,  novela autobiográfica escrita por el pintor y escritor cubano Felipe Orlando, cargada de sugerentes simbolismos que contrastan admirablemente con un texto pletórico de descripciones muy realistas sobre los miedos y sueños de sus años adolescentes. Fue publicada en La Habana por la  Editorial Letras Cubanas en el año 1985.
Para Felipe Orlando, Ciudadano del Mundo, quizás su mejor definición personal, también los tranvías fueron parte de sus vivencias primarias. De vivir sus primeros años de vida en una provincia del interior del país, Las Villas, se traslada a vivir a La Habana para estudiar en la Universidad, -se graduaría de Filosofía y Letras-,  involucrándose en el movimiento artístico de renovación de la plástica cubana. Aquel cambio de un espacio pueblerino, -no un Macondo, aunque haya sido gran amigo de García Márquez-, a la escala monumental de la capital le debió calar hondamente. En su novela El perro petrificado, de fuerte dosis testimonial, describe sus primeras impresiones sobre ese paisaje urbano del cual aún no formaba parte pero que no tardaría en asimilar. Es por ello que los tranvías aparecen mencionados en varias partes del texto, primero con admiración, luego de una forma menos sagrada, finalmente incorporados a su cotidianidad, hechos éstos que traemos en nuestro escrito. Vale además en el propósito la magnífica portada en que figura un carro eléctrico, imagen de una época que se fue, también para Felipe Orlando, y que necesita rescatar con sus recuerdos.

Sobre el tranvía escribe inmediatamente de la llegada de su personaje principal a La Habana. Dice "...dejaba a la espalda las voces del puerto y se introducía por otras [calles] más metálicas y familiares, de los tranvías de manubrios giratorios y antenas." Es la primera impresión, el ver un vagón transitando por las estrechas calles de la ciudad antigua. Tanto Felipe Orlando como su personaje provenían de un pueblo en que el azúcar dictaba las pautas de la vida. La primera oración del libro es "Era como subir al tiempo muerto", para reflejar la peor temporada en los pueblos azucareros, cuando se terminaba la zafra y los trabajadores iban para sus casas y no tenían trabajo hasta la próxima molienda. Pero lo interesante es que ellos si tenían una estrecha relación con el ferrocarril. El tren ha tenido en Cuba mucha relación con la producción azucarera, tanto en el transporte de las cañas al central como del azúcar a los puertos. Por ello el asombro es ver aquel vagón en esa calle llena de edificios, no el vagón en si. Diría posteriormente: "Vistos ellos solamente allí, al paso, sin tiempo. Animados de ruido. Lentos y ferrosos. En el fondo no más una rosca. Un tornillo que sujetaba o soltaba las ruedas."

Unos meses después de estar en La Habana el personaje es capaz de hacer comparaciones sobre el impacto urbano de los tranvías. Al respecto escribe "...ahora eran los Mack [camiones] los que, como nuevos mounstruos devoradores de basura, hacían crepitar las calles de San Cristóbal por el potente estruendo de sus invasiones por regiones hasta entonces alteradas por el chocar de los tranvías...". Se ha incorporado al día a día habanero, y puede ver los símbolos del crecimiento y prosperidad de la urbe, el aumento del tráfico vehicular, los ruidos del transporte en los oídos ciudadanos, la inconsciente añoranza por la tranquilidad rural...
Detalle de la portada; el tranvía, -dibujado por Manolo T. González, notable diseñador con una conocida obra en Cuba-, aparece representado a grandes trazos, sin reparar en detalles, quizás un tanto homenaje a los cuadros a veces catalogados de "naif" de Felipe Orlando.
Por último, en los andares del personaje en las revueltas revolucionarias contra la dictadura de Gerardo "Hacha" y Morales, cuando sucesos trágicos pasan por su vida, Felipe Orlando tiene a los tranvías como una referencia cotidiana, y señala que el árbol donde apareció muerto un compañero de lucha que cayó "...estaba un poco más allá del viejo paradero de tranvía que subían hasta Jesús del Monte...". Es el completamiento de su simbología tranviaria de La Habana.

Felipe Orlando falleció el 10 de abril de 2001, en Málaga, España. Dejó a su muerte una excepcional obra plástica que hoy se expone en muchas galerías y museos del mundo. Nos legó también una magnífica composición literaria. El perro petrificado, de sus últimos libros en vida, es también memoria gráfica del tranvía habanero.